cerrar

El éxito del fármaco Vonau Flash señala el camino a la universidad

Publicado en 10 de octubre de 2018

Las regalías de Vonau Flash, un medicamento contra el mareo, hacen ganar a USP más que sus otras 1.298 patentes juntas. ¿Qué lección pueden aprender las universidades?

"No es así. Tienes que publicar más". Desde mediados de los noventa, cuando se convirtió en profesor de la Facultad de Farmacia de la Universidad de São Paulo, Humberto Gomes Ferraz escuchó esta admonición de colegas y de algunos de sus jefes. La relación ha empezado a cambiar en los últimos años. "Hoy, pocos tienen el valor de criticarme abiertamente porque lo que hice funcionó", afirma.

Y con razón. Ferraz es autor, junto con el laboratorio farmacéutico Biolab Sanus, de una patente que permitió crear el medicamento contra el mareo Vonau Flash. El año pasado, esta patente representó por sí sola 58% de todos los ingresos por derechos de autor de la mayor universidad del país. En total, las 1.299 patentes de todos los departamentos de la USP generaron 2,49 millones de reales, de los cuales 1,44 millones correspondieron a Vonau Flash. Y las cifras van en aumento. En los tres primeros trimestres de este año, Biolab afirma haber transferido ya 2,29 millones de reales a la universidad, lo que supone un aumento de 59% en los ingresos, a falta de un trimestre.

La USP podrá aprovechar esta fuente de ingresos hasta 2028. La patente sólo fue concedida este año, 13 años después de la presentación de la solicitud en el Instituto Nacional de la Propiedad Industrial (INPI). Según la ley, una patente es válida durante 20 años a partir del registro o diez años a partir de la aprobación, lo que sea más largo. Para el Vonau Flash, éste es el segundo caso. Hasta ahora, se comercializaba bajo la protección de una patente provisional, lo que ha asegurado a Biolab una trayectoria sensacional: en 12 años, Vonau ha desbancado a Plasil del liderazgo del mercado y experimenta un crecimiento de las ventas, con una previsión de ingresos de 132 millones de reales este año y 160 millones el próximo. Lo que permitió el auge de Vonau Flash fue precisamente el objeto de la patente que Ferraz posee conjuntamente con Biolab: el medicamento se disuelve en la boca y puede tragarse sin agua.

El avance no se limita a la comodidad. Si sólo fuera eso, bastaría: un comprimido más apetecible, para quienes tienen niños, puede ser la diferencia entre un medicamento ingerido y otro rechazado. Pero hay otra característica que Biolab ha traducido en el nombre Flash. "La ventaja es la rapidez", dice Dante Alario Jr, presidente científico de Biolab. "En el estómago, el medicamento tarda entre 15 y 20 minutos en actuar. Si la persona sufre náuseas, el vómito expulsa el producto antes de que haga efecto". Dante vio el potencial de un medicamento así durante un viaje a Inglaterra. Allí, el fármaco Zofran se vendía a unos 200 dólares la caja, que contenía diez comprimidos. El principio activo del fármaco, el ondansetrón, no tenía patente. Sería difícil reproducir el proceso de hacer que el comprimido fuera soluble en la boca. Los británicos recurrían a la liofilización (deshidratación en el laboratorio), pero resultaba demasiado cara. Fue este problema el que Dante presentó a Ferraz en 2004.

Ferraz era un profesor diferente de la media: siempre se había interesado por los productos y siempre había trabajado con el sector privado, algo que todavía se ve con recelo en los círculos académicos. Según él, su vocación por la farmacia empezó de niño en la ciudad minera de Cataguases, cuando chupó una pastilla amarilla y se dio cuenta de que era blanca por dentro.

A partir de entonces, su interés no hizo más que crecer: era un niño que leía prospectos de medicamentos. Fue a la universidad en Juiz de Fora, donde vivía su familia, y trabajó un año en el laboratorio Eli-Lilly. En los años 90, hizo un máster y luego el doctorado en la USP, donde también llegó a ser profesor. El doctorado de Ferraz fue patrocinado por la empresa farmacéutica EMS, interesada en las pruebas necesarias para lanzar los primeros medicamentos genéricos en el país: "Fue una combinación de interés académico, interés de la empresa e interés nacional", afirma.

El proyecto era modesto, algo así como 100.000 reales, según el profesor. Para desarrollar el producto, Ferraz empezó a realizar varias pruebas de disolución. El sabor tenía que ser el adecuado, la dosis de la sustancia que debía liberarse en la boca tenía que ser la correcta, y la dosis correcta tenía que liberarse en el estómago al tragar el comprimido. Fue un trabajo de idas y venidas: "Lo probábamos aquí en el laboratorio y luego pasábamos las condiciones de producción a la empresa", recuerda. El proceso duró un año de pruebas más dos de registro en la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa). Desde el punto de vista de Biolab, el resultado difícilmente podría haber sido mejor. "Lanzamos una caja de Vonau Flash a una décima parte del precio del producto inglés", dice Dante. "Pasamos seis o siete años luchando con Plasil, que era el claro líder del mercado". Hoy, según sus cálculos, Plasil ha caído a 10% de cuota de mercado. Vonau tiene 40%.

Teniendo en cuenta todo el período desde que se empezó a vender el producto, la USP recibió 8,66 millones de reales a finales del año pasado, sólo por la colaboración de uno de sus 5.900 profesores con una empresa. Por supuesto, este dinero está muy lejos de resolver las dificultades financieras de la USP, cuyo presupuesto ronda los 5.000 millones de reales (tres órdenes de magnitud superior). Pero es tentador pensar cuánto podrían aumentar los ingresos de la universidad si se acercara más al mundo de la empresa.

El éxito de Ferraz es un buen ejemplo. Su Laboratorio de Desarrollo e Innovación Farmacotécnica contaba con seis personas en 2009. El equipamiento es más moderno y el espacio privilegiado, todo gracias a los resultados de sus colaboraciones con empresas. "Siempre he sido diferente. Siempre he pensado en el mercado, en la gestión". En la cultura universitaria, dice que estaba algo marginado. No llegó a ser profesor titular, un escalón más en el estatus académico. "He tenido superiores jerárquicos que me decían: 'Lo que haces no está bien, haz lo que quiere la universidad'. Y lo que quiere la universidad, según ellos, es que publiquemos artículos". Ferraz tiene casi 80 publicaciones. Pero la investigación aplicada no vale el mismo número de puntos en la clasificación que la investigación pura.

"No creo que sólo tenga que haber investigación aplicada. Pero creo que también tiene que haber investigación aplicada", afirma. "¿Cómo es posible que la mayor y más respetada universidad de Brasil, donde se produce una cantidad fenomenal de ciencia básica y aplicada, tenga tantas dificultades para convertir sus inventos en productos vendidos en asociación con las industrias?".
Este es, hasta cierto punto, el camino que ahora se propone seguir la universidad. Hasta cierto punto. "No hay que olvidar que la universidad existe para generar y transferir conocimiento", afirma el profesor Antonio Carlos Marques, nombrado este año coordinador de la Agencia de Innovación de la USP. "La mayor parte de este conocimiento la universidad lo transfiere a través de las clases, formando a la gente".

USP también opera dentro de ciertos límites. Por ejemplo, no obtiene beneficios de los servicios prestados a organismos públicos. La investigación que ayudó a inventar el motor de combustión de etanol no dio lugar a licencias; el desarrollo de la Nota Fiscal Paulista no dio lugar a patentes. "La USP tiene más de 7.000 acuerdos, y sólo 400 de ellos, muchos menos que 10%, implican propiedad intelectual y dinero", dice Marques. "También tenemos cuatro incubadoras de empresas y estamos construyendo una quinta. Hay cientos de empresas incubadas". Según Marques, las patentes llaman la atención, pero no aportan tantos recursos en ningún sitio. "Incluso en la Universidad de Florida, que creó un éxito como el isotónico Gatorade, los derechos de autor suponen entre 10% y 20% de ingresos.

La USP tampoco está tan lejos de las instituciones modelo. Las 53 patentes que generó la USP en 2017 la situarían en el puesto 43 del ranking internacional de patentes. Es mucho menos que la Universidad de California, que ocupa el primer puesto, con 524 patentes, o que el MIT, con 306, pero es más que la Universidad de Tokio (48) y casi lo mismo que Yale (51). Lo cual no hace sino poner el asunto en su sitio. No importa tanto cuántas patentes se producen, sino su calidad. Y aquí es donde la USP intenta mejorar, según Marques. "La USP tiene hoy unas 1.300 patentes activas. Pero, ¿cuántas tienen licencia? En otras palabras: tengo 1.300 respuestas, pero no tengo las preguntas", afirma. "La filosofía que estamos aplicando ahora es dejar de proponer respuestas y buscar las preguntas".
En julio, la universidad puso en marcha el Programa de Socios Tecnológicos para conocer las demandas de las empresas. Por otro lado, se está intentando contactar con los departamentos y conocer la oferta de la universidad. También se está preparando la adhesión al Marco Legal para la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, una ley que permite a las universidades públicas compartir espacios con el sector privado y establece normas para que un profesor pueda dejar la cátedra, explorar una oportunidad de mercado y volver después.

"En muchos países, lo primero que tienes que hacer cuando te conviertes en profesor es montar tu propia empresa", dice Ferraz. "Aquí está prohibido cobrar más que tu sueldo". En su caso, los ingresos de la patente de Vonau se reparten entre la USP, el departamento, la agencia de innovación y el laboratorio que dirige. "Pero no tengo nada de qué quejarme", dice. Su laboratorio sigue trabajando en proyectos con el sector privado. No es sólo por la posibilidad de aportar recursos bienvenidos a la universidad. Marques dice que esto le mantiene en constante aprendizaje. Y los estudiantes están preparados para enfrentarse a la realidad práctica del mercado en el que trabajarán la mayoría de ellos.

Ver en su totalidad

Derechos de autor ©. biolaboratorio | Derechos reservados - 2025